“Ni la juventud sabe lo que puede…ni la vejez puede lo que sabe”
José Saramago
La juventud no es un periodo de vida.
Es un estado del espíritu, es el producto de una voluntad. Una cualidad de la imaginación y una intensidad emotiva. Es, la victoria del coraje sobre la timidez, de la aventura sobre el confort.
No se envejece por haber vivido una cantidad de años. Se envejece por haber desertado a un ideal. Los años arrugan la piel, pero renunciar a los ideales, arruga el alma.
Las preocupaciones, las dudas, los temores y la falta de esperanza son los enemigos que lentamente nos hacen inclinarnos hacia la tierra y convertirnos en polvo antes de la muerte.
Joven es aquel que se asombra y se maravilla. El que se pregunta como un chico insaciable: "¿y después?"... El que desafía los acontecimientos y encuentra alegría en el juego de la vida.
Uno es tan joven como su fe. Y tan viejo como su duda. Tan joven como su confianza en sí mismo. Tan joven, como su esperanza y tan viejo como su abatimiento.
Samuel Ullman ha escrito estas sabias palabras, que se convierten en un exhorto a hacer de la juventud, un verdadero estilo de vida. Sorprende ver en ocasiones, a “jóvenes demasiado viejos”, sin un propósito trascendente en la vida, sorteando el día a día, sin ilusión, ni para qué caminar. Sin duda existen otros, la mayoría, con la chispa propia de la edad; creativos, talentosos y generosos a raudales… son los rasgos que los caracterizan.
Caminar al lado de los jóvenes, acompañarlos y animarlos nos convierte en beneficiarios de su espíritu.
Conscientes de la factura que impone el transcurso de la existencia, la juventud será siempre una forma de ser. Franz Kafka acuñó esta frase a propósito de la juventud: “La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejecerá”