“Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”
Mahatma Gandhi.
El valor de la familia no reside solamente en los encuentros habituales que se gestan en su seno, o en los momentos de paz y gozo, cuando se resuelven los problemas cotidianos. El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás.
Al hablar de la familia hacemos referencia a un grupo humano que convive y comparte un mismo espacio. De esta forma, se hace explícita la importancia de la manutención, el respeto, los cuidados y la educación de todos sus miembros.
El objetivo es descubrir la esencia que hace a la familia el lugar ideal para forjar los valores, alcanzando de esta forma, un modo de vida más humano y tolerante, que luego será transmitido a la sociedad entera.
Juan Pablo II afirmó: “El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz”.
Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y de algunas discusiones. La solución no está en demostrar quién manda o quién tiene la razón, sino en derramar comprensión y ejercer autodominio para controlar los disgustos y el mal genio.
Cabría recalcar que los valores se viven en el hogar y se transmiten a los demás como una forma de vida; en otras palabras, dando el ejemplo. En este sentido, la acción de los padres resulta fundamental.
“Sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno: raíces; otro: alas”, dijo Hodding Carter.
Los niños y jóvenes -con ese sentido común tan característico- pueden dar verdaderas lecciones de cómo vivirlos en los más mínimos detalles.
“Una familia será fuerte e indestructible cuando esté sostenida por cuatro columnas: padre valiente, madre prudente, hijo obediente, hermano complaciente”.
